A la hora de pensarme en pareja, o de elegir una -¿una?- pareja, no puedo dejar de imaginarme diferentes modalidades en que esto se presente en mí, cómo quiero que ocurra. Surgen entonces una cantidad de preguntas que es necesario responder, mejor dicho, no es necesario responder, es necesario hacerse. Sumergirse en la real profundidad que reflexionar sobre ellas implica, y luego ver si es posible encontrar las respuestas para ellas en su vida, pero esto último puede no aparecer, y casi nunca lo hace, como quien responde en la hoja de un crucigrama.
¿Cuántas mujeres conviene tener? ¿cuántas parejas conviene tener? ¿una o varias? ¿cuánto tiempo debe permanecer a mi lado la persona que he elegido? ¿toda la vida o un rato? ¿cuánto debe durar ese rato?
¿Conviene separar la idea de procreación de la idea del amor? Parecería una pregunta central, ¿encuentro por un lado una cuestión de procreación (cada vez más alejada de mis deseos para mi vida en este mundo) y por otro una cuestión de amor? Pregunta que en algunos momentos de mi vida no hubiera podido plantearme.
¿Conviene el carácter exclusivo de las relaciones amorosas? ¿es posible prohibir a una persona enamorarse de otra solo porque ha celebrado un contrato conmigo?
¿Cómo debe elegirse la mujer o las mujeres o el hombre o los hombres? ¿de qué manera? ¿es de un modo racional? ¿de un modo individual? ¿debe elegir uno o dejar que otro elija por uno? ¿debe prevalecer el gusto personal? ¿acaso el interés de la comunidad? ¿debe haber una ceremonia mágica? ¿debe esto hacerse de forma individual o colectiva? ¿hago yo una elección delicada o en el medio de una orgía manoteo lo que caiga? ¿cómo hago esto? ¿debemos elegir todos al mismo tiempo en un día determinado del año o cada cual elige según le convenga?
¿Se puede deshacer un juramento amoroso? Son preguntas hay que hacérselas en serio alguna vez en la vida, tengo toda la sensación de que vivimos en una sociedad que tiene unas normas a este respecto que, sin embargo, no son espejo exacto de lo que sucede, no solo en el interior de nosotros -o de mí- sino en el exterior.
No tengo respuestas a nada de esto, aun no las encuentro, aunque sí algunas ideas al respecto. No hablo de soluciones ni nada, son cosas en las que hay que pensar. Una de ellas es la renovación permanente del juramento: empiezo a creer que el juramento amoroso es algo que se debe renovar permanentemente, hay que estar en constante renovación. Voy creyendo que el amor es un estado de perpetuo riesgo e inseguridad, y sino no es el amor. Tenés que estar siempre con cierto temor, como el Rey del Bosque Sagrado de Nemi.
Puede que exista un espacio donde hay garantía, hay aval que asegure que esta persona que está a tu lado te va a amar siempre solo porque te lo dijo o porque firmó un contrato amoroso invisible y simbólico, o porque así lo han establecido las familias. No estoy seguro de que eso me gusta, que no me gusta de gustarme yo mismo en esa situación. No se si quiero estar con una mujer que me acaricia la espalda porque ha firmado un contrato matrimonial o porque me ha jurado que lo iba a hacer siempre. Me gusta engañarme pensando que la mujer esa me toca la espalda porque en ese momento no desea otra cosa más en el mundo que tocarme la espalda, y si yo por obligarla en ese momento a tocarme la espalda tuviera que someterla a la jurisdicción que fuere, si tuviera que obligarla y si supiera que este tocarme la espalda, por decirlo así, fuera hijo de una obligación y no un deseo, no estoy seguro de que me gustaría que me tocara la espalda. Cualquiera que sepa algo de estos asuntos sabrá que la mera sospecha de que el otro no está disfrutando de lo que hace sirve para invalidar nuestro propio disfrute. Entonces ese estado de riesgo e inseguridad voy creyendo que es esencial en el amor ¿quién nos puede asegurar que nos van a amar siempre? Nadie. Y, además, no quiero que me lo aseguren ¡por Dios no me asegures algo así! Detestaría caer en la confianza y la tranquilidad de que esa persona no se va a alejar de mí, no va a dejar de sentir cosas de mí. Odiaría en el espanto de criatura que me puedo convertir conociendo un destino como ese.
No estoy hablando de una eterna paranoia en la que mezquino sentimientos y acciones a alguien por miedo a que sean echadas en vano. No quiero ser ese tampoco, hablo de una libertad de las más lindas que estoy conociendo, la mía y las del resto de los humanos que pasen por mi vida. No voy a guardarme nada de lo que sienta que puedo dar a quien me acompañe, toda emoción que me llegue gracias a quien elija estar conmigo ya es una emoción compartida, y siento que darla es lo más liberador para ambos. Me niego a dejar en estado de impotencia todo acto que nazca de en producto de un intercambio de amor entre dos. Considero que lo mejor es dejarlo salir sin andar calculando costos y beneficios en tanto quizá ese ser deje de amarme y no sepa cuando yo ¿qué clase de prisión sería esa? Creo que no sería distinta tortura a la de dejar de hacer cosas si total ella o él no se va a alejar de mí.
Me va pareciendo que hay que preguntarse estas cosas cada cierto tiempo y me pregunto en qué ocasiones, quizá cuando uno está viendo televisión o leyendo un libro y al entrar la mujer o la novia le pregunta a ella “¿qué hacés che?” y sigue con lo suyo. Si a uno le interesa mayormente eso que lee o ese programa que mira más que la mujer que acaba de entrar no se si es que ha llegado el momento de preguntarse si es que uno está ahí por alguna garantía que ha firmado o por algo que se supone que se espera de uno.
No tengo soluciones a esto, no tengo respuestas a estas preguntas, solamente me hago preguntas incómodas, pero creo que es mejor tener este tipo de interrogantes que hagan ejercitar la revisión interior que tener respuestas cómodas y equivocadas. Y si lo que interesa (que a la sociedad pareciera interesarle) la ausencia total de cuestiones, la ausencia de tribulación, de aventura y de problemas, entonces lo mejor es que a uno le firmen un recibo de amor no perecedero “por el presente certifico que amaré durante toda mi vida al señor…” bravo. Y se queda tranquilo, total lo van a amar para siempre. O mejor aun todavía, no preguntarse estas cosas y hacerse la ilusión de realmente le gustan las cosas que a lo mejor no le gustan.
Y la vida es más fácil. Evitando cuestiones y creyendo que nos gusta que nos aricien la espalda cuando en realidad no nos gusta.
Ahora, si uno a resuelto jugar el juego grande, aquel según el cual uno sería capaz de morir nada más que para que le toquen la espalda, nada más que para que le tocaran la espalda, entonces ha llegado el momento de hacerse preguntas como estas y decir “no tengo respuestas, solamente sé que necesito que me acaricies la espalda”.
Creo que no vale la pena vivir teniendo respuestas para todo, a veces hay que buscar preguntas que hacerse. Y mantener con nobleza el puesto que la vida nos ha dado como cuidador de aquel Bosque Sagrado.